miércoles, 9 de agosto de 2017

¿Machista yo?

Desde que era niña me ha costado trabajo adaptarme a la sociedad en la que vivimos. Comenzando porque siempre me manejaron el concepto de <<niña buena, niña mala>>. 

Mi abuela decía <<las niñas buenas no gritan, ni andan como "chivas locas" brincando por todos lados, no contestan, ni chiflan como "María Machetes", tampoco mascan chicle "como tortilleras", ni discuten como "verduleras">>; obviamente, <<las niñas buenas tampoco se tocan "ahí", ni se suben a los árboles como "changos">> porque ¡Dios nos libre de que enseñen los calzones! (¡Ah! Porque una niña buena, siempre, siempre usa vestido, pues no es niño para usar pantalón), tampoco juegan con carritos ni con canicas porque <<parecerían "machorras">>; además, las niñas bien educadas no pedían permiso para ir al baño mientras estaban comiendo y no se levantaban de la mesa hasta terminar la comida, aunque estuvieran satisfechas (¡Válgame el Señor! Ser niña buena implicaba darle en la madre a tu sistema digestivo). No participaban en conversaciones con los adultos y mucho menos externaban su opinión.

Y así crecí, pensando que por ser niña y sobre todo <<niña buena>>, tenía que aguantarme los comentarios misóginos, machistas y chingaquedito de cuanto fulano se me atravesara en el camino, sobre todo cuando se trataba de un adulto.

Con el paso de los años, en la adolescencia, empecé a mostrar mi disgusto ante lo que <<me tocaba por ser mujer>>; obviamente, fui tachada de grosera. Sabía que no me gustaba lo establecido, los parámetros impuestos por la sociedad para las mujeres, pero en ese momento no tenía un nombre, ahora sé que nunca me ha gustado el machismo.

Para ese tiempo, cuando mi círculo social comenzó a agrandarse, me di cuenta que no sólo se trataba de mi abuela y familiares cercanos, ahora también eran mis profesores y mis amigas y amigos. Ahora no sólo se trataba de ser una niña buena, sino de ser una <<señorita decente>>, así que las señoritas decentes no le hablaban porque sí al chico que les gustaba, tenía que esperar pacientemente a que ellos se acercaran porque podrían tacharme de loca y si tenía novio, no podía animarme a darle el primer beso, pues eso no lo hacen las chicas decentes, ellas tienen que esperar a que ellos den el primer paso. Pero, me di cuenta que no sólo se trata de los chicos, sino de lo que se supone que debemos ser nosotras como mujeres: débiles antes los hombres y desleales, competitivas, ofensivas, agresivas y exageradas entre nosotras... No, yo no entraba en el parámetro. Desde siempre he considerado que una persona que te hace un comentario pesado, obviamente lo que busca es hacer daño, así que no entraba en lo que para mí significa tener amistad con alguien. Lamentablemente, en la sociedad en la que vivimos, las mujeres nos hemos tragado el cuento de que esa es nuestra condición: ser la más bonita, la más popular, la niña buena... 

Así que en algún momento de mi vida, llegué a decir que yo me sentía más a gusto entre hombres... error. Si bien es cierto que entre ellos no encontraba competencia, también es cierto que siempre salía perdiendo porque lo que decía un hombre era la verdad y nada más que la verdad, pues las mujeres <<tendemos a exagerarlo todo>>. Así que, cuando hacían comentarios machistas y misóginos de alguna mujer me quedaba callada, aunque no estuviera de acuerdo.

Así que seguí bajo el concepto de <<las mujeres moralmente buenas>> y <<las moralmente malas>>.

Por aquel tiempo, aunque me había rebelado al concepto de que una <<chica decente>> no se viste <<como puta>>, seguía con la idea arraigada de que <<debía encontrar al hombre de mis sueños>> y fue una confusión tremenda porque, por un lado, mi rebeldía me llevaba a estar con hombres <<socialmente no aceptados>>: greñudos, pandrosos... pero eso sí, yo era una <<chica decente>> y no me podía permitir darles <<mi prueba de amor>>, porque no podía permitir darle la razón a la sociedad de que era una puta, no señor, mi virginidad estaba reservada para el hombre especial, aquel con el que decidiera casarme... 

Por ende, cuando decidí tener relaciones sexuales, lo hice con pleno conocimiento de que era el indicado para formar una familia. Pero seguí con la idea de <<la señorita decente>>, así que si salía a alguna fiesta o reunión familiar, debía ser con él y nada más con él. En ese entonces yo estaba en el bachillerato.

Mi círculo social se agrandó cuando ingresé a la universidad (FCPyS, UNAM). Ahí conocí a muchas chicas y chicos <<liberales>>. Pero había algo que todavía no me cuadraba, ahora entiendo que seguía siendo el machismo imperante, pues a pesar de ser un círculo que se jactaba de <<liberal>>, podía percatarme de que los esquemas de <<moralidad>> seguían siendo los mismos, pero ahora manipulados por《machos progresistas》a más no poder.

Cuando decidimos mi pareja y yo vivir juntos, se me activó el chip de la <<buena esposa>>, la que lava, plancha, hace de comer y el aseo, pero ¡Obvio! sin recibir remuneración a cambio ni <<ayuda>> del cónyuge, pues está establecido socialmente que eso es lo que hace una buena esposa... ¡Ah! Y también laborar fuera de casa, pues está mal visto que una mujer sea <<una mantenida>>. Luego vinieron los hijos, entonces ahora limpiaba para 4, hacía comida para 4, lavaba para 4, no salía y estaba atenta las 24/7 por y para mi familia... 

Cuando llegaron mis hijos, mi vida cambió para bien y para mal. Si bien es cierto que el ser madre me ha llenado de satisfacciones, también es cierto que la opresión se volvió más fuerte porque ahora no sólo se trataba de ser <<una mujer decente>>, una <<buena esposa>> sino también ser una <<buena madre>>. Las <<buenas madres>> no sólo deben ser decentes, también deben sacrificar todo por sus hijos... si estando casada no tienes permitido salir con los amigos, menos cuando tienes hijos porque eso <<ya no es para nosotros>>. Pero sobre todo, una <<buena madre>> debe saber perfectamente el cuidado de los hijos, sin ayuda alguna, porque es otra condición de ser mujer. Así que mi vida giraba entorno a mi familia, no había cabida para más... pero en el fondo, una voz me decía que eso no estaba bien... pues yo no me sentía bien.

Y sentí con mayor fuerza la opresión y la discriminación. Sí, discriminación. Ésta última ya la había vivido: 1) por ser hija de una madre soltera (Sí, esa que la sociedad actual ha denominado <<mamá luchona>> como burla), 2) por ser pobre; pero sobre todo: por ser mujer. Cuando decidí ser madre en casa, prácticamente comencé a ser tratada como tonta, floja y sin aspiraciones, ¡Ah! Porque una mujer que se queda a laborar dentro de casa <<no hace nada>> ni tiene aspiraciones reales como aquella que labora fuera de casa, no señor, porque para esta sociedad tener aspiraciones nunca tienen que ver con el bienestar de tus hijos. 

Hasta que toqué fondo y dije: ¡¡¡Basta!!!

Por ese entonces no tenía idea de lo que es el feminismo, pero mi salud mental me pedía cambiar el chip... y lo cambié. 

Y me puse los guantes. 

Comencé con una introspección sobre quién soy yo y lo que quiero. Me perdí varios años en tratar de agradar a la sociedad, en ser una <<buena mujer>>, pero ahora puedo gritar a los cuatro vientos que el machismo no me cuadra, no me nace y no lo permito. 

Ahora puedo decir que, aunque sigo siendo una mujer machista, me esfuerzo por cambiar el chip con el que fui condicionada. Necesitamos erradicar el machismo, por el bien de nosotros, por el bien de nuestros hijos. 

Antes, cuando alguna conocida hacía o decía algo machista, me hervía la sangre y decía estupideces como: <<las mujeres son las peores machistas>>, ahora entiendo que no es su culpa, son los esquemas con los que hemos sido educadas y, revisando mi historia, me doy cuenta que son muy difíciles de erradicar. Trato de ser empática y sororaria y pongo todo mi empeño en dejar de reproducir estereotipos absurdos. Pero, lo más importante, educo a mis hijos bajo esquemas feministas, que tanta falta le hacen al mundo. Cuando alguna mujer habla mal de otra mujer, intento con todo mi ser no ser su enemiga, no entrar en el juego de juzgarla. Si algo se ha aprendido de la historia, es que todo movimiento social comienza con trastocar los límites y eso siempre traerá revuelta, abrirá paso a la vorágine, pues no todos los seres humanos pensamos igual ni estamos preparados al mismo tiempo para el cambio. Trato de meterme en la cabeza de que las mujeres somos hermanas y no estigmatizarlas, intentando eliminar esa rivalidad que nos han inculcado. Lo más importante es dejar de ver el mundo con los ojos desde nuestros privilegios. Sí, privilegios, porque la vida no es igual para todos, lamentablemente; nuestras carencias y necesidades son diferentes; nuestro entorno es diferente. No es la misma subyugación que recibe una mujer de tez blanca a una morena, ni la que vive en la Sierra a una que vive en la ciudad, ni la que tuvo acceso a la educación a la que no la tuvo, ni la que es heterosexual a la que es lesbiana y así podríamos hablar de muchas diferencias más. Así que trato de ver el mundo con menos arrogancia, con menos misoginia, clasismo, racismo y homo/lesbo/transfobia; porque no sólo nos han enseñado que vale más quien más poder adquisitivo tiene, también nos han inculcado que un hombre tiene más poder que una mujer y, por ende, que todo lo que no tiene que ver con una sociedad heteronormada no vale. 

Pero eso sí, a estas alturas de mi vida, me tomo personal cuando alguien sentencia que una mujer <<merece que le falten al respeto por cómo se viste, se maquilla, baila y se comporta>> y, sobre todo, que la violaron y mataron por lo mismo. Para mí, ninguna mujer merece ser agredida, violada y asesinada. NINGUNA. Lamentablemente, en nuestra sociedad, las mujeres somos agredidas vistamos como vistamos, nos veamos como nos veamos, nos comportemos como nos comportemos, nos dediquemos a lo que nos dediquemos. Nada tiene que ver nuestra condición social, credo o comportamiento. Nos agreden por el simple hecho de ser mujeres. Por vivir en una sociedad que nos minimiza, que nos cosifica, que nos oprime y nos juzga. Salgamos solas, en grupo, con pareja, tengamos la edad que tengamos, el acecho siempre está latente. La mayoría de las agresiones físicas, psicológicas y sexuales se dan dentro del hogar.

Por eso te digo amiga y compañera: no eduquemos a nuestras hijas para no ser agredidas, eduquemos a nuestros hijos a no ser agresores. No eduquemos a nuestras hijas bajo conceptos de virginidad sino bajo conceptos de realización en todos los ámbitos y a nuestros hijos como compañeros, no como proveedores. No exijamos respeto porque <<podría ser tu hija, tu madre o tu hermana>> sino bajo el precepto de que todos somos seres humanos. Pero, sobre todo, no eduquemos bajo conceptos de mujeres <<moralmente buenas>> y <<moralmente malas>> pues lo que se engendra es violencia. 

Por nuestros hijos, mujeres y hombres, cambiemos el chip. Tómate tu tiempo, que yo te espero y te miraré con sororidad, no con condescendencia, para sujetarnos bien fuerte de la mano. Porque para ello tenemos que quitarnos de encima siglos de patriarcado religioso y cultural, sólo así podremos ver con ojos claros que la culpa no es de la víctima, sino del victimario. 












jueves, 20 de julio de 2017

¿Loca yo?

Hoy tuve una corta conversación con la mamá de un amigo de mi hijo. Me confió su angustia por el comportamiento que últimamente está teniendo su hijo ya que está entrando en la adolescencia al igual que el mío, así que lo está llevando con un terapeuta. La tranquilicé diciéndole que todas estamos pasando por lo mismo y le elogié su decisión de buscar ayuda.

Y sí, como ella, todas las que tenemos hijos adolescentes pasamos por una crisis, algunas más grandes, otras menos, pero es inevitable, a mi parecer. Hace unos meses supe que un compañero de mi hija se estaba haciendo cortes en los brazos y otra tenía problemas de alimentación. También ellos van a terapia.

Como saben, tengo hijos adolescentes. Los cambios en ellos no sólo han sido físicos, los emocionales han sido bastante significativos. Siempre hablo de su empatía, de su capacidad para analizar las cosas, para cuestionarlas; pero tengo que confesar que de pronto la entrada a la adolescencia me pegó como patada de mula. Cada quien vivía en su mundo y parecía que cada vez nuestros mundos se distanciaban más y más... y de hecho, hasta cierto punto, es así. Ellos tienen sus propios criterios y toman sus propias decisiones. Juro, no miento, hubo momentos en los que yo bromeaba diciendo: <<¿Quiénes son estos niños y qué han hecho con mis hijos?>> Sentía como si los estuviera perdiendo y, honestamente, me sentía perdida.

Fueron meses de lucha, entre mi esfuerzo por querer "recuperarlos" y el suyo por querer "ganarse su lugar". Hasta cierto punto fue una especie de fase de negación y la revolución no sólo fue entre ellos y yo, sino también entre mi esposo y yo porque de pronto sentí que estaba cargando el mundo sola. Pero poco a poco la situación se ha ido aclarando, mi mente está más despejada y estoy aprendiendo a soltar. 

Como en cualquier relación interpersonal, los cambios nos sacuden cuando menos te lo esperas y eso precisamente me pasó. No estaba preparada para tener adolescentes y ellos para serlo. 

Como en algún post comenté, comenzábamos un estira y afloje, una lucha de poderes en sí y de pronto sentí como que si estuviera perdiendo la lucha. Llegué al punto de sentirme iracunda todo el tiempo y, obvio, eso no me gustaba, así que recurrí a la ayuda profesional. 

Pero, no sólo se trata de llevar a los hijos, como quien lleva un reloj al relojero y esperar a que éste nos lo devuelva en perfecta marcha, se trata de un trabajo en familia. Es como cuando padeces diabetes y ésta ha afectado tu vista, no sólo asistes al oftalmólogo para que te ayude a recuperarla, también recurres al internista para que te ayude a regular tu glucosa. Mucha gente tiene la creencia de que ir al psicólogo es porque tienes problemas mentales; bueno, pues de cierta forma y en cierto grado, todos los tenemos, pero nos han hecho creer que la salud mental no es tan importante. Podremos leer mil libros sobre cómo educar a nuestros hijos, pero cada quien tiene su propia historia, vive en diferente entorno, tiene su propia realidad en sí y, por lo mismo, debe llevar un trabajo diferente; como en la diabetes, no todos los cuerpos reaccionan al mismo medicamento, se debe ir con un profesional que nos guíe y nos oriente.

Como todo en la vida, no es fácil, porque finalmente estás enfrentándote a tus propios demonios. Les comparto algunos de los veintes que me han caído en el proceso. Repito: son situaciones personales, a lo mejor coincidimos en algunos puntos, pero no todos pasamos por lo mismo; además, sigo en el proceso, no es una verdad absoluta.

1.- Si quieres que cambie el chip tu hijo, tienes que empezar por cambiar el tuyo. Sí, suena medio chocante, pero es así. 

2.- Tu hijo se están convirtiendo en adulto, debes tratarlo como tal, por tanto, debes respetar sus decisiones. El que tú hayas pasado por una situación similar, no quiere decir que él sienta lo mismo, reaccione igual y lo solucione de la misma forma, así que lo único puedes hacer es validar sus emociones, reacciones y decisiones. ¿Recuerdas cuando comenzó a vestirse solo? A veces se ponía la ropa al revés, pero le alababas su esfuerzo y acudías si te pedía ayuda; es exactamente lo mismo.

4.- Como en cualquier relación interpersonal, a veces te va a caer mal y sentirás necesidad de poner espacio entre los dos; a él le pasará exactamente igual; así que se vale decir <<En este momento estoy muy molesto, te pido que me des espacio para tranquilizarme y después hablamos>>, pero es una cuestión de ida y vuelta, también debes darle su espacio. No te enganches.

5.- Déjalo hacerse responsable de sus decisiones. Esta parte es la que más trabajo me ha costado. Por principio de cuentas, hasta hace un par de años tardíamente comencé  a hacerlos responsables en cuestiones domésticas, academicamente siempre he dejado que sean responsables.

6.- Los gritos no solucionan nada, al contrario. Es mejor inhalar negro, exhalar rosa, pedir una tregua y dialogar.

7.- Ser empático. Cada vez que hablo con ellos, procuro utilizar palabras como <<te entiendo...>>, <<yo también, en algún momento...>>. En automático ellos bajan la guardia porque se saben comprendidos.

8.- Validar. Así como les hacemos ver sus faltas, también hay que reconocerles sus puntos buenos. Por ejemplo, si alguno de mis hijos lavó los trastes sin necesidad de pedírselo, lo agradezco y se lo alabo. No sólo los hace sentir útiles, también ellos comienzan a reconocer y agradecer las acciones cotidianas que tengo hacia ellos.

9.- No hay castigos, todo se trata de toma de decisiones y consecuencias; pero antes de poner una consecuencia, si es una primera vez, primero hablemos, lleguemos a acuerdos en qué consideramos que sería una consecuencia en caso de volver a hacerlo; si hay una segunda vez, cumple con la consecuencia; no sin antes hacer un recorrido del porqué se llegó a ella, con esto le recuerdas que fue su decisión.

10.- Si te equivocas, reconócelo y discúlpate; recuerda que ellos aprenden con el ejemplo. Por ejemplo, hay ocasiones que se me olvida inhalar y exhalar y suelto el grito; en cuanto me doy cuenta de mi error les digo <<discúlpame, te falté al respeto al gritarte, me equivoqué, procuraré no volverlo a hacer>>. 

11.- Pide respeto, respetando (no te enganches). Hay ocasiones en que mis hijos me contestan de mala forma, ya sea levantándome la voz o tomando posturas rebeldes. Es válido, como en cualquier ser humano que se molesta, así que inhalo negro, exhalo rosa y les digo algo así como <<Por favor, no me grites. Es una falta de respeto y yo no te estoy faltando al respeto. Si quieres, tomemos un tiempo para que te tranquilices y después continuamos>> o <<discúlpame, pero esa postura-mirada que estás haciendo me parece agresiva y lo tomo como una provocación, te pido, por favor, que no continúes. Si quieres, nos tomamos un tiempo para tranquilizarnos y después continuamos>>.

12.- Hacer catarsis no es malo, lo malo es engancharse. Como a cualquier ser humano, a veces las situaciones nos rebasan y queremos gritar, pegar o llorar y a veces es necesario este descargue para poder continuar. Lo mejor es buscar una actividad que nos haga sacar ese cúmulo de emociones, por ejemplo: mi hijo va a kick boxing, mi hija a danza aérea y yo al karaoke. En estos momentos ellos tienen las emociones a flor de piel, así que de pronto azotan puertas, le pegan a su colchón o simplemente se van a gritar a su cuarto, así que los dejo, después les pregunto si se sienten mejor y si desean hablar del tema.

Tip: se me ocurrió hacer <<la caja de las confesiones>>. Si mis hijos necesitan confesarme alguna mala decisión o comportamiento y creen que puede desencadenar mi enojo, lo escriben y me lo dejan en una caja antes de irse al colegio, así que, cuando ellos regresan a casa, hablamos con tranquilidad del tema. 

En resumen: como en cualquier relación interpersonal, se trata de dialogar, llegar a acuerdos, respetar decisiones, adaptarse a los cambios y asumir las consecuencias. Y, como en cualquier relación interpersonal, no es fácil, pero tampoco imposible. Lo más importante es no perder de vista que todos los padres vamos aprendiendo en el camino a serlo, nadie nace sabiendo y que los cambios continuarán hasta el final de nuestros días. Cuando decidimos vivir en pareja, tuvimos que adaptarnos a los cambios al convivir con una persona ajena a nosotros, con diferente mentalidad, cambiamos el chip; lo mismo pasa con los hijos. Cuando nacieron, nos tuvimos que adaptar a vivir con un ser humano que depende de nosotros, en su adolescencia nos tenemos que adaptar a su cambios y lo mismo sucederá cuando ellos decidan formar su propia familia. Así es esto.

Hasta aquí mi reporte. Les deseo excelente salud mental y visiten regularmente a su psicoterapeuta favorito.

domingo, 11 de junio de 2017

Un granito de arena.

Tenía como 6 años. Iba en 1ero. de primaria y ese día mi hermana no fue a la escuela, así que me tocó ir y regresar sola. Vivíamos a un pueblo de la escuela (30 mins. en transporte público, más otros 10 caminando). Me encontraba esperando mi camión, sentada en unas escaleras. De pronto aparecieron 3 chicos, calculo que sus edades oscilaban entre los 18 y los 20 y pico de años.

-         - ¿Estás sola? (uno de ellos preguntó).
-         - Sí.
-         - ¿Estás esperando el camión?
-         - Sí.
-         - ¿Dónde vives?
-         - En San Gregorio.

-         - (Dirigiéndose a sus amigos) Vamos a acompañarla  (asintieron). Te vamos a acompañar (dirigiéndose a mí).

Él se quedó parado sobre la avenida y los otros dos se sentaron en las escaleras. Comenzaron a bromear entre ellos y me hacían reír. Llegó el 1er. Camión y el que conversó conmigo dijo que ese no me llevaba. Me dio vergüenza decirle que cualquiera que pasaba por ahí me llevaba a mi casa, así que tuve que esperar unos minutos más. Llegó otro. El chico le hizo la parada, pero no se detuvo, así que él le mentó la madre. Discretamente me reí. Llegó el tercer camión y me ayudó a subir. Mientras avanzaba el autobús, pude ver que esos tres ángeles continuaron su camino y me sentí dichosa… sí, dichosa. Es una dicha conocer a personas que con poco te hacen sentir mucho. A personas que te dejan una huella imborrable en el alma. Siempre los recuerdo con mucho cariño.

Me hubiera gustado que Valeria se hubiera topado con esos ángeles en aquella combi y no con ese ser cruel y despiadado que le cortó las alas, que le robó la vida. Cuando leí la noticia, no pude evitar llorar. ¡Dios mío! ¿Quién le hace algo así a una inocente criaturita? Solamente un ser sin corazón, un ser despreciable.

He leído tantas noticias tan inhumanas en estas últimas semanas, meses… años… que tengo una combinación de sentimientos. Me siento entre asqueada, triste, impotente, iracunda y temerosa. Todo al mismo tiempo.

El mundo está hecho mierda, tanto, que a veces me pregunto cómo podemos continuar así, haciéndonos de la vista gorda, como si no pasara nada. Lo que nos está matando es la indiferencia.

Cuando leí la noticia de aquella pobre mujer que se sintió vencida por el hambre, la pobreza y decidió abrir las llaves del gas para terminar con su sufrimiento y el de sus hijos y que sus vecinos no dijeron nada, no indagaron el porqué de su ausencia por la escuela, por el vecindario, hasta que no soportaron el olor a podredumbre en el ambiente… más que el de esos cuerpos inertes, la podredumbre de su indiferencia les quedará marcada de por vida.

Así como espero que la culpa sobre quienes recae la muerte de Mireya y sus hijos, no los deje dormir, les haga la vida miserable y se sientan tan desesperados como ella, a quien la ley acorraló para tomar una decisión tan fuerte: matar a sus propios hijos para evitarles el sufrimiento de vivir con un padre violador.

Niños abandonados en las calles, muertos en la guerra, muertos por el hambre, muertos por la pobreza, muertos por la desesperación de una madre, muertas por violencia de género, muertos por la indiferencia… pero de ellos nadie quiere hablar, porque incomoda. Incomoda saber que el machismo mata, que el capitalismo mata, que la indiferencia mata…

¿Y saben por qué incomoda? Porque en el fondo todos somos culpables, todos hemos contribuido a que nuestra sociedad esté hecha una mierda. Cada vez que reproducimos el machismo en nuestros hijos; cada vez que, en lugar de preocuparnos porque sean personas de bien, esperamos que sean personas con bienes; cada vez que, en lugar de darles amor, les damos indiferencia. Si yo no respeto a mis hijos, indudablemente ellos no respetarán a los demás.  

A este mundo le hace falta empatía, compañerismo, solidaridad, respeto, sororidad, en una palabra: humanidad. No se necesita hacer donaciones a una fundación, basta con los pequeños granitos de arena, como acompañar a una niña sola que está esperando el camión sobre la avenida.


Necesitaba sacarlo. Mis pensamientos en voz alta.

jueves, 1 de junio de 2017

Padres acosadores, padres violentos.

Para mí, como madre, todo lo que hacen mis hijos me llena de satisfacción y alegría. Desde el primer llanto, el primer cambio de pañal, la primera palabra, los primeros pasos, las primeras letras, las primeras cartas... ¡Uf! Cada cosa me hace babear, sorprenderme y estar agradecida con Dios y la vida por tenerlos a mi lado. Creo que nos pasa a todas las mujeres que somos madres o a la mayoría; no lo sé de cierto, lo supongo.

Mis hijos ya son unos pubertos, a punto de entrar en la adolescencia. Desde hace varios años yo no decido qué usan para vestirse, pues ellos tienen criterio propio y personalidad que les caracteriza y para mí es primordial dejarlos ser. En estos momentos están en ese punto en el que la toma de decisiones es lo que les va forjando el carácter, con base a la experiencia que van adquiriendo por medio de ellas.

En este punto de su vida, sólo puedo ver cómo poco a poco van <<soltándose de mi mano>>, guiándose por su instinto y por los valores aprendidos en casa. Recurren a mí en busca de consejo o simplemente para comentarme lo que les ha sucedido. 

Obviamente, hay momentos en los que no coincidimos, pues nuestros carácteres son parecidos (finalmente, yo los crié), mas no iguales y de pronto nos enfrascamos en una lucha de poder. Los gritos van y vienen, así como los portazos pero, como en cualquier relación interpersonal, después de la tormenta viene la calma. Después del berrinche de ambas partes (ya sea del mío con ellos o entre ellos), nos sentamos a conciliar, a hacer acuerdos. 

Sé y soy consciente de que hay cosas que ya no me cuentan, ahora hay cosas que sólo conversan con sus amigos. Así que yo he tenido que dar un paso hacia atrás. Comienzo a ser espectadora, maravillándome con sus logros y ¿Por qué no? Tragándome mis comentarios cuando no me convencen algunas decisiones o algunas amistades; eso sí, cuando mi instinto me dice que pueden salir heridos, indudablemente les externo mi preocupación, pero al final, ellos toman sus propias decisiones. 

Hay cosas que todavía no pueden entrar en negociación como salir solos, ir a fiestas tarde o faltar a clases porque tienen flojera; por poner ejemplo.

Entre el estira y afloje, puedo ver que son excelentes seres humanos y académicamente responsables; con sus responsabilidades en casa vamos pian pianito.

Pero, ¿Qué pasa cuando te enfrentas a personas para las que <<un buen hijo>> es aquel que hace lo que los papás quieren?

Alguna vez he comentado que a veces pareciera que mi vida es como la del salmón, nadando contracorriente. Desde chica tuve que enfrentarme a personas y situaciones no muy agradables por tratar de vivir una vida libre, según mis convicciones. Alguna vez un tío me dijo <<Hija, ya peínate, ¿Por qué no te peinas? ¿Qué, eres hippie?>>, Qué ganas de haberle contestado: <<¿Qué te importa?>>. En otra ocasión, cuando me dio por vestirme de negro, una tía creyó importante comentarme: <<Oye hija, deja de vestirte de negro. Ya deja el luto>>. También en una ocasión, cuando iba por la calle después de salir de la prepa, un tipo le comentó a su hija, señalándome: <<Mira, por ejemplo ella, ¡Qué bueno que va a la escuela! Pero qué fea forma de vestirse!>> porque llevaba un pantalón roto, un sueter de esa tela parecida a las jergas y una mochila hippie. Y esas fueron situaciones ligeras, más de una vez me han llamado puta por mi comportamiento o mi manera de vestir.

Vivimos en una sociedad en la que, como dice la canción de Los aterciopelados, sólo nos fijamos en el estuche, no en lo que hay adentro.

Después de tantos años, las cosas no han cambiado, pero ahora me duelen más los estereotipos, pues van dirigidos hacia mis hijos.

Hace unos días lloré de coraje pues llevamos varias semanas siendo acosados por ciertas personas.

Todo comenzó cuando se hizo la primera reunión de padres para ponernos de acuerdo en la realización de la fiesta de fin de año, pues mi hija sale de 6to. de primaria. 

Para mí, el evento es de mi hija, no mío; por tanto, conversé con ella sobre qué era lo que quería y cómo lo quería. 

Cuando externé en la junta que mi hija no quería bailar ni ponerse un vestido, prácticamente se me echaron encima tanto los padres presentes, así como directivos y docentes de la escuela. Desde un inicio escuché frases como <<Nosotros somos los padres, nosotros decidimos, nosotros pagamos>>. En resumen, la voz de los niños no cuenta, sólo la de los adultos porque POR ESO SOMOS SUS PADRES. ¿Neta? ¿El ser sus padres nos da el derecho de pasar por encima de sus deseos y pensamientos, de su personalidad?

Ya se imaginarán cómo se pusieron cuando les dije que, para mí, no tiene nada que ver la iglesia con la escuela, pues están empeñados en celebrar una misa católica y nosotros no profesamos religión alguna. 

Y bueno, como no logramos ponernos de acuerdo, se decidió hacer una junta en casa de una de las familias, con los niños presentes, para escucharlos. Se llevaron propuestas, todas eran con un enfoque adulto: salón, de etiqueta. Yo propuse un jardín que contaba con todo lo necesario para que ellos se divirtieran: tirolesa, cancha de fútbol, puente colgante, brincolín, mesa de futbolito, escaladora... ¿Los pretextos que pusieron para descartar mi idea? Que no había espacio para que bailaran el vals y que, como es un espacio abierto, no podrían llevar a toda la rama familiar que esperan un evento de etiqueta. Juro, no miento, eso pasó. Despues de 3 horas... sí, ¡3 horas! Por fin, decidieron hacer partícipes a los niños para que externaran qué querían hacer para celebrar. ¿Qué decidieron los niños? Irse de fin de semana a cualquier lugar, donde pudieran prolongar la convivencia. Como nos encontrábamos la mayoría de los padres, acordamos que respetaríamos la decisión de los niños. Eso fue un viernes por la tarde-noche. Para el lunes, se retractaron y siguieron con la idea de una fiesta por todo lo alto.

Somos 12 familias, ¡Sólo 12 familias! 

Y bueno, afortunadamente los padres de otras 2 niñas se indignaron con la resolución, pues es una falta de seriedad y respeto hacia los demás, sobre todo hacia los niños. Así que, después de no sé cuantas juntas más, se acordó que sería en casa de uno de los alumnos, sin pretensiones. Alquilaremos inflable, brincolín, habrá música y un juego más.

Pero ahí no termina el drama. Se empeñaron en que los niños se vistan con smoking, así que quieren obligar a las niñas a usar vestido ad hoc. Tanto padres como docentes, comenzaron un acoso prácticamente incesante con los niños de que era un evento importante y que después se arrepentirían de no hacerlo de esa forma y bla, bla, bla. Y, aunque mi hija no quería usar vestido, accedió a hacerlo (En el post anterior les incluí el modelito que mi hija había escogido para darles el gusto) y 3 mamás hicimos hincapié de que, ya que nuestras hijas estaban cediendo en la vestimenta, se respetara el modelo y el color que ellas decidieran. Mi hija escogió un modelo muy a su gusto: vestido negro con detalles blancos (pequeños huesos y una calavera grande en el volado). Fue tan escandaloso el asunto para los padres comprometidos con la moral y las buenas costumbres que una mamá comentó que no iba a permitir que su hijo bailará con una《pandrosa》Obvio, no estaba yo presente, lo hizo cuando estaba con su congregación de la vela perpetua y a mí me lo informó otra mamá  (¡Tan buena samaritana ella!)

Para esto, cuando las niñas comenzaron a platicar sobre el tipo de vestido, todas coincidieron con que no querían nada tradicional, querían vestidos modernos e incluso habían acordado en usar tenis converse, pero los padres volvieron a inmiscuirse. Así que, sólo otra mamá y yo respetamos y respaldamos las decisiones de nuestras hijas; las otras mamás decidieron comprarles vestidos similares, de color coral. ¿El problema? Nuestras hijas fueron víctimas de acoso.

Como mi hija ya les había dicho a sus compañeras que ella quería un vestido negro, comenzaron a molestarla (tanto niños como niñas. No todos, pero siendo un grupo pequeño, son mayoría). Y esto empezó a suceder después de que sus mamás no quisieron comprarles los vestidos que ellas querían. Pero mi hija me decía que a ella no le importaba, que simplemente no les hacía caso. Hasta ahí, todo bien. 

El martes, cuando estábamos comiendo, mi hija me dijo lo siguiente:

- Mami, hoy en la escuela, la profesora de español (su titular) comenzó a preguntarme de qué color era mi vestido, yo no le quería decir para que mis compañeros no comenzaran con sus cosas. Pero la maestra siguió insistiendo e insistiendo delante de todos y me sentí presionada, así que con voz bajita le dije <<negro>>; pero la maestra, casi gritando y con cara de que no le gustaba dijo <<¡¿Negro?!>>, entonces todos comenzaron a hacer comentarios y tal niña dijo: <<El negro la va a cagar>>. 

Para cuando mi hija terminaba de contarme, se le quebró la voz y yo sentí un cúmulo de emociones. La abracé y la consolé.

Después continuó:

- Luego, a mi compañera x se le cayeron algunos útiles y yo me paré a ayudarla a recoger y tal compañera (la del comentario más nefasto) me gritó que no le ayudara; como no le hice caso, cuando estaba recogiendo un bolígrafo, me pisó la mano (nuevamente se le quebró la voz). 

Yo sólo podía sentir una gran impotencia y cómo la ira iba invadiéndome el cuerpo. Le pregunté cómo se sentía y si quería que fuera a intentar resolver la situción en la escuela. Me contestó que no, que ella podía manejarlo, pero sí que hablara con la mamá de la niña en cuestión. Entonces me paré de la mesa y salí al patio. A la primera que le llamé para decirle unas cuantas frescas, fue a la profesora titular, afortunada o desafortunadamente su celular estaba apagado, así que le llamé a la mamá de la niña agresora.

- Yo: Hola fulana, mira, no me ando con rodeos. Te hablo por lo siguiente (le explico).

- Ella: ¡Qué barbaridad! ¡Ay, esa niña! Ya no sé qué hacer con ella. No te preocupes, hablaré con ella. Oye, pero yo creo que hemos dejado que las niñas se involucren mucho en el asunto, ¿No?

- Yo: ... ???

- Ella: Es que, finalmente nosotros somos los padres, nosotros decidimos qué deben usar porque, fíjate que yo a... pues sí la dejo que decida algunas cosas, pero pues tengo que decirle cuando algo se le ve mal. Por ejemplo, mi hija es morena (la mía también) y eso de que use un vestido NEGRO pues como que no se le ve bien. Ella morena y usando ese tipo de color, como que no va. (Cabe mencionar que la niña, para los ojos de su madre, estaba gorda, así que le restringió el alimento; no, no le dio una alimentación balanceada o la llevó al nutriólogo, literalmente comenzó a suspenderle ciertas comidas y eso lo supimos porque la niña llegaba a la escuela sin dinero, sin comida y sin desayunar; así que, varias niñas (incluida mi hija), le llevaban algo o le invitaban algo en la escuela).

En ese momento, ya estaba yo más que enojada, así que le respondí:

《Mira fulana, eso que me estás diciendo ya lo escuché suficiente de ti y de otras mamás. Si para ustedes, decidir sobre sus hijos, está bien, yo no las juzgo ni critico, es su método de crianza y punto. Mi forma de criar a mis hijos es diferente y así como respeto sus métodos, pido exactamente el mismo respeto para los míos. Ustedes decidieron vestir a sus hijas del mismo color, aunque así no lo habíamos acordado y no dije nada, pero tampoco les voy a permitir que sigan con este acoso. En estos momentos te digo que no estoy encabronada, ¡Estoy emputadísima! Me queda claro que por este tipo de estupideces se da el acoso en las escuelas, porque los padres les llenan la cabeza de estupideces a los niños y ellos a su vez, llegan a la escuela a descargar tanta mierda sobre los demás. Esto se viene sucediendo desde hace varias semanas y, mientras a mi hija no le afectaba, yo no hice aspavientos, pero ya le afectó, así que por eso te estoy llamando. A mí me pueden decir lo que gusten y manden, que yo sus pinches comentarios me los paso por el arco del triunfo, pero que sus estupideces le estén afectando a mi hija, ahí sí me voy contra todo. Por tanto, te pido que hables con tu hija, porque ya pasó de la agresión verbal a la física y eso no lo puedo permitir. Así que, o terminan ya, tanto los padres como los niños, con su acoso o me voy a las instancias correspondientes y hasta las últimas consecuencias. ¡Carajo! ¿No se dan cuenta que sus comentarios les afectan a los niños? ¿Que se están metiendo con menores de edad? Me queda claro que los niños, niños son y ellos no tienen la culpa de lo que les hacen los padres. Y mira, yo no estoy diciendo que... sea mala, yo la he tenido en mi casa y es una buena niña (Comentario: sí, me hice cargo en varias ocasiones de ella y de alguna otra porque sus papás son personas muy ocupadas, así que las dejan todo el día solas). Ahora, ¿quieren dar a entender que su método de crianza es mejor que el mío? Pues vámonos a los resultados: mi hija tiene un historial de conducta impecable, así como un excelente historial académico, POR ALGO ESTÁ EN LA ESCOLTA. ¿Qué me pueden decir todos los que se están rasgando las vestiduras y preocupándose por cuál es la mejor vestimenta para el evento de clausura? (Se quedó callada, pues ella sabe perfectamente que tanto su hija como los hijos de las otras que están jodiendo con el tema, han tenido problemas tanto de conducta como de rendimiento académico). Así que te repito: te pido que hables con tu hija para que pare su acoso y a ti, como persona adulta y como madre, te pido que te guardes tus comentarios, inclusive estando con las demás mamás porque así, en bola, como jauría son buenísimas para joder al prójimo. ¿Me quieren joder a mí? Ya veré si las dejo, pero su joder está afectando a mi hija y eso no se los voy a permitir.》

Y bueno, afortunadamente, entendió el mensaje y, por lo menos estos dos días cesaron los comentarios. Espero que, de verdad, la situación mejore.

Confieso que últimamente me siento cansada de estar peleando a la contra, como que últimamente no tengo paciencia para aguantar tanta estupidez. Como siempre he dicho: no nacimos sabiendo, sobre la marcha vamos aprendiendo a ser padres; pero en este asunto no se trata de saber o no ser padres, se trata de personas con mala sangre y muchas ganas de joder y eso les están enseñando a sus hijos: a ser intolerantes y abusivos con quienes piensan y actúan diferente a ellos.



martes, 21 de marzo de 2017

Educación sexista

En mi post anterior enfatizo que no nos cansa la maternidad, sino el patriarcado. Este es un pequeño ejemplo de lo que hablo: http://elpuntero.com.mx/n/44752

A lo largo de su crecimiento, mis hijos han tenido que sortear situaciones de estereotipo porque he intentado criarlos con una educación diferente.

Cuando mi hijo comenzó el pre-escolar, un día llegó a casa diciéndome que sus compañeros se burlaban de él por jugar a《ser papá》, para ellos era extraño que mi hijo, en lugar de querer jugar con coches o a las luchas, abrazara a un bebé y《lo cuidara》. Afortunadamente, gracias a su empatía, me fue fácil explicarle y a él razonar el porqué de la actitud de sus compañeros.

Cabe aclarar que, (nuevamente) gracias a su empatía, siempre ha sido muy sociable. A donde vaya, siempre hace amigos. Pero, más de una vez, más de un adulto, me ha dicho que a mi hijo《le hace falta malicia》Entiéndase: dentro de los estereotipos de cómo debe ser un hombre nacido en una sociedad machista, ante sus ojos, a mi hijo le falta brusquedad.

Y bueno, mientras mi hijo pueda manejar las diferencias de crianza con los chicos de su edad, lo que me diga a mí un adulto respecto a su falta de《patanería》me hace lo que el viento a Juárez.  Pero, cuando se trata de instituciones o personas adultas queriendo que mis hijos entren en sus estereotipos, ahí, señoras y señores, saco las garras.

Mi pelea constante con las escuelas y en las cuales he llegado a tener mis victorias, es la necedad de que las niñas DEBEN usar falda. ¿En serio? ¿En qué afectaría a su educación el que usen pantalón? ¡Es incluso más cómodo! No ha faltado quien me diga que así está establecido en las reglas de la escuela, a lo que contesto: ¿Cuáles son las bases para tal reglamento? ¿Dónde está la lógica? ¿Acaso no se llama a eso discriminación?

En otra ocasión, estando en primaria, mi hijo tuvo ganas de usar el cabello largo. Y bueno, la misma cantaleta: que si las reglas... y yo usando los mismos argumentos. Finalmente, mi hijo terminó pidiéndome que se lo cortara porque estaba cansado del acoso constante por parte de su profesora y de la directora del plantel.

La última: mi hija está por salir de primaria y comenzaron las reuniones de padres para organizar la《graduación 》(salón, baile, vestuario), pero mi hija me indicó tajantemente que no usará vestido, ella quiere llevar ropa con la que se siente cómoda: pantalón de mezclilla, botas mineras y playera. Bueno, pues más de una madre se rasgó las vestiduras. Obvio, yo le dije a mi hija que apoyo su decisión y le hice ver que muy probablemente será criticada por pensar diferente, pero que mientras ella se sienta bien defendiendo sus convicciones, todo bien. Finalmente, me externó que le dará gusto a la sociedad y llevará vestido... pero ahora soy yo la que está tratando de que cambie de opinión porque, digo, se trata de defender sus convicciones, no de que arda Troya.  Les incluyo el modelito que escogió.

lunes, 20 de marzo de 2017

No me cansa la maternidad, me cansa el patriarcado.

Hay varias páginas que sigo sobre maternidad. Como todo en la vida, cada quien toma lo que le viene bien y lo que no, simplemente lo desecha. Pero, hay ocasiones que, desde los títulos, sé que me van a hacer querer tener a la escritora enfrente y decirle: "Sale, te acepto los consejos cuando bajes de tu nube y te plantes de cara a la realidad que vivimos la gran mayoría de las madres que no contamos con tantos privilegios como tú. Ve y dile a aquella mujer que vi hace tiempo en el metro con un hijo de una mano, cargando a otro y embarazada de un tercero, tus consejos de cómo evitar explotar cuando su hijo cansado le pida también los brazos, mientras ella intenta sujetarse con fuerza del tubo, con el vagón atascado, el calor penetrante y su evidente agotamiento".

O decirle a aquel psicólogo, buen samaritano, que ha escrito un libro (que ha sido todo un best seller): "¡Vaya, por fin! Lo que estábamos esperando, que un hombre nos venga a decir cómo debemos vivir la maternidad, ¿Cuándo se le ocurrió? ¿Durante el embarazo, el puerperio o tuvo depresión post parto?".

No soy psicóloga, ni comunicóloga, ni educadora (bueno, eso depende del cristal conque se mire porque llevo 12 años educando a 2 pingos, sin talleres, sin guías y con un horario de 24/7), pero sé lo que es ser madre y sé lo que es ser mujer en una sociedad patriarcal.

Escribo esto después de leer dos artículos: http://www.mamadre.cl/2017/03/por-favor-sean-felices/  y http://www.mamadre.cl/2017/03/el-problemas-no-son-los-hijos-el-problema-es-creerse-supermadres/

El primero, comienza su artículo así: <<¿Escribir de paternidad yo? Lo primero que pensé al iniciar este relato fue ¿qué voy a saber de paternidad yo? Yo que vivo a más de 3000kms de ella (mi hija), y que aunque estuviera cerca no sabría qué hacer”. Este pensamiento me hizo sentir “igual a mi padre”, y motivó las siguientes líneas.>>  El chiste se cuenta solo.

Luego continúa: <<El matrimonio de mis padres terminó muy anticipado, según las crónicas familiares debido a las infidelidades de mi padre, narración en la que mi madre, secretaria, soltera con trabajo inestable y mal pagado, y con dos personas que criar, era la víctima...
... Decir que no hay una receta para el ejercicio parental, no es lo mismo que decir “a nadie le enseñan a ser padre o madre”. Lo segundo es una falacia. Los niños y niñas que crecen bajo su abrigo aprenden de ustedes lo fundamental sobre cómo ser padre, madre e hijo. Viendo a sus propios padres niños y niñas encuentran respuesta a cómo se vive en familia; a cómo ser felices y disfrutar la vida en conjunto; a cómo se solucionan los problemas en pareja; a cómo se actúa ante el error de un niño(a), o de una pareja, etc.
No hay respuestas correctas o incorrectas, pero sí que facilitan o dificultan la vida. Creo que, sin dejar de procurarles cariño y cuidado a sus retoños, si se esfuerzan por conseguir sus propios objetivos en la vida; por alcanzar aquello que les hace felices y disfrutar tanto del proceso como del resultado, estarán mostrando la forma de conseguir la propia felicidad. Hagan eso y estarán cimentando la felicidad de sus hijos(as) y, al mismo tiempo, construyendo para ellos(as) un mundo en que la parentalidad no es un sacrificio, sino que puede ser disfrutada.>>  A ver... él mismo habla de que se aprende de los padres, pero sólo leo de que a quien juzga es a su madre y luego habla de alcanzar aquello que les hace felices, bueno, que me explique cómo cree que podría haberlo hecho su madre después de laborar en un trabajo mal pagado y criando sola a dos hijos.

En el segundo, una psicóloga acepta que <<Todas las mujeres incluídas las no madres, somos aún más vulnerables que los hombres a la discriminación, al abuso, al maltrato y al sometimiento.>> y que <<Efectivamente ser mujer madre y profesional implica una doble (o triple o cuádruple!) exigencia, pero en parte el nivel de sobrecarga psíquica que esto conlleve se relaciona con cómo la mujer gestione, transe y equilibre cumplir esas expectativas o exigencias, y no sólo en cuanto a su maternidad sino también a cumplir otros roles.>> y también enfatiza que <<Actualmente se está midiendo el ejercicio de la maternidad con estándares casi empresariales y veo que esto amenaza la experiencia placentera de esta.>>  y añade << ¿Será la maternidad la que nos está esclavizando o la manera de llevarla en el modelo social imperante hoy? La sociedad muchas veces nos hace ingrata la tarea de maternar y nos condena con una serie de exigencias que nos coartan. Tener hijos actualmente está muy poco recompensado por el sistema en que vivimos. Significa un detrimento de condición económica pero también un menor reconocimiento a otros niveles.>>

Hasta ahí, todo bien. Es un excelente artículo. Sólo que cuando dice <<Muchas mujeres se están tomando la crianza como un trabajo profesional con todo lo que ello implica, y con los criterios de competitividad, eficiencia y productividad casi de un corredor de bolsa!>> yo agregaría: porque eso es lo que la sociedad nos ha hecho creer.

En mi experiencia, entré al mundo de la maternidad cargada de exigencias y con miedos que no conocía. Antes de tener hijos, pensaba que, cuando decidiera tenerlos, seguiría laborando fuera de casa; me veía felizmente dejando a mi hijo en la guardería para dirigirme a mi trabajo, como en esas fotos de los artículos que hablan sobre maternidad, balanceando cómodamente mi trabajo dentro y fuera de casa. La realidad me despertó de golpe. ¿Cómo no se me ocurrió pensar que, en un campo laboral que pide una prueba de no embarazo, podría evitar contratar a una mujer con un hijo? ¿Cómo no se me ocurrió pensar que sentiría un miedo atroz de dejar a mi hijo indefenso en manos de una persona que en realidad no conozco, por muchos títulos que tenga? ¿Cómo no se me ocurrió pensar que, lo anterior, más vivir en una sociedad donde un hombre gana más que una mujer teniendo las mismas capacidades, más el costo de una buena guardería, más los chips patriarcales insertados de lo que son "las cosas de mujeres y las cosas de los hombres", me darían un balance de que era mejor quedarme en casa?

No me lo invento ni me lo saco de la manga. La realidad brutal es que, desde que nacemos, las mujeres vivimos cargadas de estereotipos, de machismo puro.

¿Lo peor? Que nos hacen creer que es nuestra culpa. Obvio, no tienes que creerme, pero eso es lo que yo veo. Los slogans, los comerciales, las conversaciones, las leyes, la cultura en sí, nos hablan de los "roles femeninos y los roles masculinos". A donde quiera que mires, nuestra sociedad nos habla de que, para ser una "mujer exitosa" debes saber balancear perfectamente tus papeles de mujer (respetable, por favor), esposa (sexy, por favor), madre (abnegada, por favor) y profesional (extraordinariamente capacitada, pero que acepte ganar menos que un hombre, por favor).

Si a todo lo anterior, le aunamos el hecho de que el trabajo en casa es invisibilizado... ¿Cómo carajos no quieren que nos sintamos cansadas? ("¿Cómo carajos no quieren que se sientan hasta la madre?" - dijo mi esposo) Y no, no estamos cansadas de la maternidad en sí, estamos cansadas de las exigencias sociales de un mundo patriarcal. Estamos cansadas de que nuestro trabajo no sea valorado (ya ni hablemos de remunerado). ¿Cómo puedes decirle a una mujer que vive en desigualdad, en una marginalidad, que es su culpa?

Si eres mujer, en lugar de atiborrarme de artículos de "cómo criar un hijo feliz", "cómo ser exitosa en tu trabajo sin descuidar tu maternidad", "cómo ser mujer sin morir en el intento", háblame de empatía, de sororidad, de cómo podemos crear vínculos matriarcales y feministas que construyan una sociedad equitativa e igualitaria. Y si eres hombre, no me hables de cómo "ser una mujer feliz", háblame de tu lucha por vencer tu machismo para tener una paternidad responsable y saber balancear tu trabajo fuera de casa con tus labores domésticas.

martes, 15 de septiembre de 2015

Mis hijos

Mis hijos son grandes compañeros. Prácticamente todo hacen juntos: mientras uno se lava los dientes, la otra hace pipí; mientras una se baña, el otro le lee; mientras uno crea un juego, la otra pone las reglas; mientras a uno le da por dar pelea, a la otra... también Emoticón grinCuando les da por enfermarse, lo hacen a la par. Hoy me ha tocado la noche en vela porque los dos andan con una gripe impresionante, así que me toca cuidar de a dos. Así son, así los amo.

Es realmente hermoso escuchar sus charlas, las bromas, las miradas de complicidad, los juegos y hasta las discusiones. 

Confieso que muy de vez en cuando seguimos haciendo colecho, aunque prácticamente son unos jovencitos, y me encanta. 

Hay momentos en que los veo tan grandes, tan independientes y, de pronto, basta con un "Mami, ¿Me puedo acostar contigo? Me encanta tu olor" para darme cuenta que siguen siendo todavía mis bebés.

Amo sus abrazos y besos espontáneos; amo estar abrazados mientras vemos una peli; amo su olor, su calor, sus voces, sus cartitas; amo el turnarnos para leer un libro antes de dormir; amo que se solapen cuando hacen alguna travesura, pero que tengan la ética para confesar cuando han trastocado el límite. Amo que sean mis compañeros de vida. 



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